El legado de César

 

César fue grande en vida y extremadamente poderoso tras su muerte. 

Cayo Julio César se sigue erigiendo como uno de los generales más importantes de la historia de la humanidad y uno de los hombres más influyentes políticamente a pesar de que aquéllos que lo asesinaron a traición lo hicieran en pro de una República ya abocada al olvido. 

Si César hubiera siquiera imaginado cómo se le iba a recordar y lo que es mejor, que su muerte establecería un nuevo mapa político, hubiera mostrado un gesto de satisfacción a mentón alzado disfrutando de su muerte y carcajeándose de los que empuñan las dagas que acaban con su último aliento.

 

Aquel niño de familia bien y de ilustres antepasados, ensombreció la imagen de su tío Mario, eclipsó la tiranía de Sila, acabó con los sueños de Pompeyo y liquidó de un plumazo los bien acostumbrados senadores más pendientes de sus fortunas personales que del bienestar de su pueblo. 

César tendía a hablar de la Fortuna como compañera pero lo cierto es que la buscó una y mil veces y quizás ese carácter autosuficiente hizo que pudiera mirarla cara a cara, de igual a igual. Julio fue dueño de su tiempo y de los posteriores, fue precursor de la historia romana más ampliamente conocida y estudiada, fue el gurú de la política entendida desde sus cimientos. Por un momento, César fue ROMA.

Entre las múltiples personalidades del joven Julio se muestra la de la ambición, la tenacidad y la astucia. Sin medios económicos y castigado políticamente se hizo un hueco a codazos, supo rodearse de quienes le procuraban beneficio y lo que es más importante mantener a raya a quienes se postulaban como potenciales enemigos, pero estos aspectos a priori muy importantes no convierten a nadie en mito. 

Fue un estratega político y un estratega militar, amante de las curias y de los campamentos, del mármol y del lodo, de los patricios y los soldados no obstante en su larga trayectoria de éxitos sonados le perdió un sonoro fracaso, seguramente el único pero el más importante, el de su incapacidad para aunar los apoyos y simpatías del Senado, algo que sí consiguió su heredero Octavio a través de la defensa de la grandeza del pueblo romano frente al enemigo extranjero (Egipto principalmente) es decir, a través del patriotismo, la preservación de las costumbres y la ética familiar.

El joven Julio no fue un ejemplo de contención, más bien  de una irrefrenable impaciencia. Su obsesión en relación a la juventud no venía tanto por la cuestión física sino por la premura de los tiempos y la consecución de objetivos, sus ahogadas palabras en las que observando la estatua de Alejandro Magno se lamentaba de tener la misma edad y no haber conseguido aun nada, deja patente su ambición personal que nada tiene que ver con las riquezas, el dinero era tan sólo un medio para llegar a un fin. Sus continuas campañas militares dejan poco tiempo al ocio y al disfrute de lujos, poco tiempo al amor, poco tiempo a las relaciones personales porque a pesar de toda la opulencia y ostentación económica de la que hacía alarde Egipto y Cleopatra, no ansiaba tanto sus lujos orientales sino su política totalitaria, pues es en su egolatría y en la seguridad de sus capacidades donde reside su poder.

Cuando Sila adivinó, tras una tensa conversación con él, que en su interior albergaba a muchos Marios, refiriéndose a su tío, era porque posiblemente ya se podía vislumbrar una personalidad fuerte, altiva y pretenciosa. Él, alejado ya de un cargo incómodo y libre para iniciarse en una carrera política tardía, empezó a urdir su plan de encumbramiento que no sólo se inició en los asientos de la Curia sino en las calles de Roma.

César era hábil....primero era necesario una gesta militar, posteriormente conseguir dinero, tras ello alcanzar un consulado, gastarse el dinero en banquetes para ganarse la aceptación y estima de la plebe, conquistar territorios, llevar los botines de guerra a Roma, hacer propaganda a través de los escritos de sus míticas gestas que eran leídas en las plazas públicas, ganarse la admiración de los ciudadanos y despertar los odios del senado, volver a Roma con las legiones de su parte, obligar a Pompeyo a huir, administrar Roma de forma eficaz, dar al Senado ultrajado y herido de muerte un espacio reducido de acción...todo este párrafo reducido a la mínima expresión engloba un sinfín de aciertos y un único error, el último de ellos.

 

César podría haber declarado una dictadura totalitaria y castigadora pues tenía las legiones y al pueblo de su parte, pero en vez de eso, perdonó a los díscolos senadores que se habían puesto en su contra y les permitió conservar sus propiedades, así pues, César no sólo era visto como el gran militar y político sino como un hombre piadoso...aquél capaz de perdonar a sus enemigos y "entregar" seccionado el poder al Senado de Roma.

Con los senadores heridos en su ego y con el temor de perder su economía y su poder era de esperar que no tardaran en urdir su plan de muerte. Roma aborrecía a los tiranos, lo había ampliamente demostrado acabando con la monarquía y lanzando los restos del último rey, Tarquinio, al Tíber y esos mismos defensores de la República, muchos de ellos descendientes directos de los libertadores de esa Roma primigenia, pensaron que el pueblo jamás acusaría a sus representantes de hacer aquello que sus antepasados hicieron, defender la libertad del Senado y del pueblo romano. 

Pero el pueblo es volátil y nada quedaba en el recuerdo del último rey ni de sus atrocidades. A pesar de que ninguno de ellos, se mostró airado por el asesinato, sólo faltó una esperpéntica actuación teatralizada de Marco Antonio para despertar las iras de su plebe....con el cuerpo ensangrentado de aquél que les dio riquezas y orden, convirtió lo que en principio era un acto en defensa de la República en el asesinato del defensor de la patria.

Recordamos a César como un héroe más que como un villano por ese instante en que el pueblo se rebeló, fue una decisión colectiva, un paso que dio la plebe, porque en realidad el poder no estuvo jamás en César sino en quienes le encumbraron, el pueblo de Roma.

 

Mireia Gallego

Julio 2017

 

 

 

 

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