Sobre el papel de la mujer en la historia antigua

 

Introducción

Recuerdo que hace años en una conversación amena, de las muchas que disfrutaba con mi abuela, me relataba con pesar pero con orgullo de lo vivido, su paso durante la guerra civil y como aquella pequeña de escasos 13 años se negaba a meterse en los refugios subterráneos evitando así los lamentos, el miedo y el tenso silencio que la gente de su alrededor mantenía, su lema era "Prefería morir al aire libre que vivir escondida". Aquello me impactó, tenía la misma edad que ella durante la guerra cuando lo relataba y ahora tras muchos años, me doy cuenta que fue una generación hecha, por necesidad, de otra pasta.

Las mujeres, no nos engañemos, han debido sobrevivir a padres autoritarios, maridos retrógrados (con excepciones) y a hijos que han visto en ellas más a una sirviente que a una madre. Una simple reproducción cíclica de los visto y vivido y ese comportamiento se perpetuó durante siglos, sin que nadie, excepto unas pocas mentes brillantes, valientes y visionarias hicieran nada por cambiarlo.

Cuando evoco estas imágenes, puedo ubicarlas desde la antigüedad hasta el s.XX, cambiará la estética, la moda, las ciudades o las sociedades pero la posición femenina es exactamente la misma: Hija, esposa, madre.

No obstante, esa misma opresión colectiva ejercida a lo largo de los siglos, ha permitido desarrollar en el cerebro femenino capacidades innatas que se heredan por género, en las que hemos sido capaces de conseguir objetivos, a priori renegados, a través del intelecto. Buscar la manera de llegar a un objetivo que a los demás les ha sido fácil, ha permitido que nosotras hallamos buscado nuestro merecido lugar, aunque esa fuera una ardua tarea. Este enrevesado sistema de supervivencia es lo mismo que se critica duramente hoy en tono de sorna, sobre nuestra capacidad para analizar y medir al detalle absolutamente todo.

Si durante siglos, nuestro papel estaba basado sólo en nuestro género, nuestro intelecto buscó la forma de desgranar y leer, los gestos, las palabras y los cuidados silencios. Simplemente, muchas encontraron la manera de conseguir lo ansiado, unas perecieron en el intento, otras en cambio, en la sombra alcanzaron su objetivo.

Pero, veamos como fue el papel de la mujer en la época que nos ocupa...

Grecia

Mucho más patriarcal y misógina, la sociedad helena relegó a las mujeres al único espectro social que le correspondía, la hacedora de nuevos ciudadanos. Bien fuera en la próspera Atenas de Pericles, o en la Esparta del Rey Leónidas, aunque con diferente propósito, la mujer se vio inmersa en un papel meramente familiar.

La ateniense jugó el papel de hija, esposa y madre sin la posibilidad de intervenir más allá, ni  en su ámbito familiar ni en la escena pública. Sin derecho a voto y sin ser considerada ciudadana, la mujer ateniense en su función meramente representativa del icono femenino ejerció como factoría de natalidad. No obstante, hay ciertos aspectos que hacen vislumbrar otros matices sociales, y se ven claramente con dos ejemplos: El teatro clásico y el concubinato de Pericles y Aspasia.

 

La mujer en escena

 

El papel femenino en la tragedia clásica muestra el modelo de virtud de la fémina, de su carácter mediador y de su dotación natural para la manipulación masculina. Se nos presentan, fuertes, valientes, astutas y con una marcada personalidad. Llora a los maridos muertos, a los hijos trágicamente asesinados y protege el ideario de paz helénica. La mujer helena es capaz de cambiar el signo de la guerra, es una ilustrada en la intimidad de sus pensamientos. No obstante, también versa sobre ella el papel de la manipulación y el engaño, es capaz de poner en jaque al ateniense, de pensar argucias que acaben en éxito, utilizando su palabrería y su sexualidad.

Un claro ejemplo de personalidad griega está en la obra "Medea" de Eurípides, terrible relato en la que se nos muestra a una mujer dolida y resentida con Jasón, su marido, por el abandono al que se ve sometida tras prometerse con Glauce. Medea, herida en su orgullo, mata a Glauce y a sus propios hijos para infringir el mayor de los daños a Jasón. Aunque pueda parecer una obra en la que se vilipendia la figura femenina, nada más lejos de la realidad. Eurípides pone en boca de Medea, las palabras que expresan el sentimiento femenino:

 

"De todo lo que tiene la vida y el pensamiento, nosotras las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y a tomar un amo de nuestro cuerpo y éste es el peor de los males. Y la prueba decisiva reside en escoger a uno malo o a uno bueno. A las mujeres no les da buena fama la separación del marido y tampoco les es posible repudiarlo. Y si nuestro esfuerzo se ve coronado por el éxito, y nuestro esposo convive con nosotras sin aplicarnos el yugo por la fuerza, nuestra vida es envidiable, pero si no, mejor es morir.

Dicen que vivimos en la casa una vida exenta de peligros, mientras ellos luchan con la lanza. Necios. Preferiría tres veces estar a pie firme con el escudo que enfrentarme al parto una sola vez. Una mujer suele estar llena de temor y es cobarde, para contemplar la lucha y el hierro, pero cuando ve lesionados los derechos de su lecho, no hay otra mente más asesina."

 

Simplemente, es una obra de arte. En estas tristes y resignadas palabras Eurípides pone en voz de Medea el sentimiento de las mujeres griegas frente a sus amos, otrora maridos.

Otros textos como Lisístrata, Electra o la Asamblea de las Mujeres muestran desde otras perspectivas los diferentes perfiles femeninos, que recomiendan sin duda una lectura exhaustiva.

La mujer ilegítima de Pericles

Pericles fue de aquellas personalidades que destacaron por su gestión (estrategos) y por gozar de un carácter firme y decidido, muy apto para la época en que le tocó gestionar el gobierno de Atenas. Casado legítimamente, su primera esposa había tenido 2 hijos de un matrimonio anterior a los que Pericles adoptó como propios pero que perecieron durante las epidemias del 429 a.C. Tras separarse de su mujer se unió a Aspasia, una mujer cultivada y profundamente implicada en los asuntos de Estado, de la que se enamoró perdidamente. No obstante, el gran Pericles, conservador de las buenas costumbres helénicas, había promulgado una ley que rechazaba el reconocimiento social de los hijos ilegítimos y aunque solicitó la derogación de la ley posteriormente, tuvo que aceptar que el hijo de su relación con Aspasia no fuera contemplado como el digno sucesor de su dinastía hasta el mismo día de su muerte, en el que la Asamblea decidió abolir dicha ley y aceptar a Pericles el Joven, como ciudadano de pleno derecho y heredero legal.

De Aspasia no existe mucha información pero sí que se sabe que procedía de una familia adinerada de Mileto y que era especialista en retórica y cronista, algunos contemporáneos mantienen la versión de que Aspasia era una hetera, o lo que es lo mismo, una culta cortesana al servicio de Pericles regente de un burdel, pero esta versión hay que cogerla con pinzas por la animadversión que Pericles producía en algunos ciudadanos atenienses y que llevarían a pensar que había una voluntad de malversar su historia y su reputación. 

Aspasia se mantuvo junto a Pericles pero no como una simple compañera sino como una aliada política. El círculo privado del estratega, entre ellos Sócrates o Anaxágoras, la adoptaron como una más y gozaban con su manifiesta habilidad para la retórica, hecho que no agradaba en absoluto a sus enemigos políticos. Tanta fue la presión ejercida y el temor del éxito de Aspasia que fue acusada de instigar el enfrentamiento entre Atenas y Samos para así proteger a Mileto, su tierra natal, siendo motivo de mofa en la comedia de Aristófanes que la dibuja como una vil prostituta. 

Así pues los dos perfiles contrapuestos nos hacen pensar que Aspasia fue y gozó de su libertad, fue capaz de convertir su hogar en centro de reunión de artistas, pensadores y escritores que admiraban su talento, pero también fue el blanco de los miedos de los hombres que veían en ella un precedente femenino de libertad que podía extenderse entre las buenas mujeres atenienses.

Lo que está claro, es que las aristócratas mujeres macedonias y helenas no se mantuvieron siempre en un segundo plano, otro caso significativo es el caso de Olimpia, madre de Alejandro Magno. Nacida en la corte de Epiro, fue la esposa legítima de Filipo II pero su papel se centró principalmente en la consecución del trono de Macedonia para Alejandro. Desterrada por orden de su marido que había vuelto a casarse, se le apunta como la instigadora del asesinato de Filipo II, hecho tras el cual volvió a Macedonia para conseguir que fuera Alejandro y no el hijo de su relación posterior, el heredero al trono. Sin un ápice de remordimiento, mando ejecutar a los hijos de Eurídice II colocándose de nuevo como regente y procurando siempre mantener a Macedonia bajo su responsabilidad durante las largas ausencias de Alejandro. 

Olimpia fue la encargada de crear un aura misteriosa que rodeara el nacimiento de Alejandro y la que alimentaba las leyendas de sus orígenes divinos. Su reputación de iniciada en los ritos místicos y sus gustos por las serpientes consiguió el propósito fijado en propios y extraños, instando al propio Alejandro a creer en su épico destino y en actuar según éste. Es más que probable que la singularidad y egocentrismo de Alejandro fuera fruto de una ardua tarea de sometimiento psicológico por parte de Olimpia, algo que por otro lado no le fue nada mal.

Otra vía que muestra la antigua personalidad femenina, es la que hace referencia a la mujer espartana, ésta era considerada como una especie de soldado de menor rango o lo que es lo mismo, mujeres fuertes con una visión plenamente social de su sexo. Ellas procuraban nuevos soldados, nuevos guerreros y eran capaces de romper su vínculo con sus hijos en pro de una instrucción férrea a partir de una edad muy temprana, cuando los niños eran separados de su madre. Tanto era así, que la reputación de la familia iba ligada a la valentía de su descendencia, por ello se mostraban frías y decididas cuando el varón no respondía a las expectativas y deshonraba su honor, abandonándolo a su suerte y retirándoles la palabra para siempre. La famosa frase, "con tu escudo o sobre él" manifiesta esa condición en la que prevalecía la sociedad frente al núcleo familiar.

Roma

Es verdad que si hablamos en términos generales la mujer romana y su mundo no difiere tanto de lo que hemos planteado anteriormente, pero sí que algunos pequeños matices marcan la diferencia en cuanto a la percepción social y familiar del papel de la mujer.

El modelo femenino en la época de la fundación de la ciudad se parece mucho a lo que en un principio hemos comentado de Grecia, es decir se basa en la aceptación de su destino y en su papel de mediación en el conflicto, hecho totalmente dibujado con precisión en el rapto de las sabinas. La épica nos habla de cómo Rómulo y sus hombres en un acto premeditado, raptan a las mujeres e hijas de la tribu sabina para poder engendrar con ellas a los futuros moradores de Roma. Tras años de sometimiento de estas mujeres con sus captores, convertidos ahora en maridos y padres de sus hijos, logran frenar la guerra entre sabinos y romanos en pro de la protección de ambas facciones ya que entre los sabinos se hallan sus padres y familias y entre los romanos sus maridos e hijos. Es decir, se manifiestan dos aspectos de personalidad muy arraigados en las épocas primitivas, su poder de manipulación y su papel de progenitora. 

La mujer en Roma se halla inmersa en todas las epopeyas épicas que hacen cambiar los modelos políticos, el caso de la virtuosa Lucrecia y su honroso suicidio, permitió la expulsión del último rey de Roma, Tarquinio, y la instauración de la república romana pero también se halla en la relación de Marco Antonio y Cleopatra que permitió la ascensión de Octavio como princeps de Roma, en pro de la seguridad del imperio. 

No obstante, en todo el periodo que abarcó la hegemonía romana en el mediterráneo, hay una evolución del papel social de la mujer según la concepción de la virtud del emperador de turno o dependiendo de las necesidades sociales.

 

En la Roma de Augusto y tras la paz romana alcanzada, el ahora emperador puso especial hincapié en volver a instaurar las antiguas costumbres basadas en el culto a los dioses romanos frente a la emergencia de las religiones orientales, y en el ámbito más social instó a la buena praxis de las obligaciones para hombres y mujeres. Para ello, puso en la palestra a su propia hermana, Octavia la Menor. Ésta, a modo de modelo, sirvió para mostrar a las féminas la importancia de preservar las virtudes femeninas que se basaban en la lealtad, la fidelidad y la discreción. Ciertamente, Octavia representaba de manera magnífica las aspiraciones de su hermano. Con una vida repleta de matrimonios concertados e hijos de diferentes esposos, significó la vida resignada pero feliz de una mujer piadosa al servicio del estado haciéndose cargo incluso de la educación de los hijos de Marco Antonio con la reina Cleopatra, fallecidos en la batalla de Actium. Esa misma vida de dedicación a sus hijos, fue la que acabó con ella pues tras la muerte de su hijo Marcelo, cayó en una profunda depresión a la que se le atribuyó su muerte. 

 

Pero, seamos sinceros, aunque Octavia fue el máximo exponente, ella no era la representación de la generalidad femenina. Las calles romanas estaban repletas de mujeres que usaban su cuerpo para sobrevivir y que estaban consideradas animales sin derechos, otras en cambio, se recostaban en los lechos de otros hombres que nada tenían que ver con sus maridos y otras procuraban destacar en las artes, en la filosofía o en la ciencia sin suerte, y todas ellas al igual que Octavia eran romanas. 

Lo curioso del caso es que Augusto estaba casado con Livia, también perfecto paradigma de esposa y madre pero los cronistas la refieren como la asesora política del emperador, es más Augusto le cedió el control de sus finanzas y de sus propios negocios, razón por la cual atendía a sus clientes como era costumbre entre los domines romanos gozando de una cierta independencia económica y valorándose positivamente sus opiniones políticas.

En un plano más real, en el s.I a .C los escritores ya hacen referencia a la facilidad con la que las mujeres pueden casarse y divorciarse y lo que ello representa para la sociedad romana, en tono grotesco recuerdan la colección de maridos que algunas atesoran y la escasa moral que reina en algunos lares, y generalmente se insta a los hombres y esposos a controlar esos conatos de libertad, considerados impropios para una mujer. Pero, a pesar de esa intención de controlar, lo cierto es que muchas de estas mujeres llegaron a ser auténticas personalidades que no sólo se encargaron de los asuntos domésticos sino de la economía y el control financiero de todos ellos. El caso de Terencia, mujer de Cicerón, simplifica la importancia del apellido y de la personalidad autoritaria y efectiva que le catapultó a el como hombre de estado. Gracias a la impresionante herencia de Terencia, y a la dote que percibió por su matrimonio, Cicerón, brillante pero sin dinero, pudo iniciar su carrera política y entrar en el círculo patricio que tanto le interesaba, pero además la buena gestión de su propia fortuna hizo que Terencia fuera la encargada de la supervisión de la economía familiar y del control del personal de las diferentes propiedades, incluso en ausencia de Cicerón fue la encargada de decidir y aprobar el que sería el marido de su hija, algo únicamente posible para el pater familias.

Lo cierto es que en la intimidad, muchos hombres gozaron con mayor o menor fortuna de los sabios consejos de sus esposas y en infinidad de casos ellas fueron las precursoras de fructíferos negocios cerrados a través de sus relaciones de amistad personal con otras mujeres o a través de lazos familiares.

Toda esta evolución y cierta libertad fue in crescendo hasta la llegada del cristianismo y la implantación de la moral religiosa en los ámbitos familiares, en el que se frenó el avance relegando a la mujer a un papel de madre y esposa leal y sumisa, temerosa de Dios. El destino ya no dependía de sí misma, ni tan siquiera de su padre o marido, dependía de un dios que la había atribuido el mal del mundo, y origen de pecado (Eva y María de Magdala), únicamente venerada si cumplía con el papel ejemplificante de María, madre de Jesús, obediente y dedicada. 

Conclusión

Mucho nos cuesta y nos ha costado ubicarnos en el lugar que nos corresponde, aun queda mucho por hacer y muchas mentes por educar en la igualdad, ese proceso ha sido peligroso, sombrío y solitario. Muchas y muchos perecieron en el intento de reivindicar sus derechos, otras/os abrieron brechas que parecían infranqueables renunciando a lo más elemental de sus vidas, son mujeres y hombres valientes que en vez de miedo han visto las ventajas de sumar esfuerzos. 

La historia siempre ha servido como plantilla informativa para no repetir los errores, empecemos por erradicar los destellos de quiénes pretenden volver a someter a las mujeres para tapar sus complejos.  

 

Mireia Gallego

Mayo 2015

 

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